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Ciencia, mujer y Alétheia

Dice un tópico que ‘detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer’. Tópico doblemente machista, porque bajo la apariencia de pretender decir algo positivo de la mujer, en realidad, se la deja detrás, escondida, como en la mayoría de las ocasiones. Y es que la historia siempre es como nos la cuentan: los vencedores en las guerras, los conquistadores, y la historia de la filosofía y de la ciencia ha sido escrita fundamentalmente por hombres.
Si la historia hubiese sido escrita por mujeres, sería ‘otra historia’. Imaginemos por un momento el mito bíblico de la creación escrito por una mujer. El día sexto Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las fieras campestres y los reptiles de la tierra». Dios creó al hombre formándolo del polvo de la tierra. Cuando se paró Dios a descansar y reflexionar se dijo a sí mismo: ‘acabo de liarla con la creación’, no es bueno que el hombre esté solo hay que darle a alguien semejante a él para que lo ayude y le oriente y no acabe destrozándolo todo. Dios hizo caer un sueño profundo en Adán y, mientras dormía, le quitó una parte del encéfalo, pues no lo utilizaba apenas. Y de la materia gris, formó a una mujer. Eva empezó a desarrollar el potencial que la materia gris le proporcionaba y buscó la autonomía de pensamiento, era lo suficientemente capaz para saber lo que tenía que hacer y distinguir el bien del mal (ya se encontraba en ella el imperativo categórico kantiano). El pobre Adán
era incapaz de hacer otra cosa que la que le daban hecha o de perseguir y golpear una bola grande redonda. Así, Eva decidió ayudarle a aprender a aprender, ¡ten el valor de servirte de tu propia razón!
Sapere aude, le decía. Esta osadía fue castigada con el ostracismo. Desde entonces la mujer fue castigada a permanecer oculta, detrás de un hombre. La valentía, el tratar de pensar autónomamente, el desafío a la autoridad, se castiga especialmente en la mujer.
De igual manera las historias serían otras escritas por una mujer, por ejemplo, si alguna Hesíoda hubiese escrito la historia de Pandora, pero dejemos los experimentos mentales.
Las/os alumnas/os de 1º Bachillerato han querido, a través de unos sencillos murales, desocultar a algunas mujeres, protagonistas y muy relevantes en la historia de la ciencia, aunque prácticamente desconocidas, y sacar a la luz, en un ejercicio de alétheia, sus nombres y su protagonismo.

Mileva Marić (1875, imperio Austrohúngaro, actual Serbia), mujer y madre, coja y primera esposa de Einstein. Su historia y aportación a la ciencia -no muy clarificada todavía- quedó eclipsada por la personalidad de Einstein, y prácticamente desconocida hasta la aparición en 1987 del intercambio epistolar entre ambos. Mileva es una de las primeras físicas de la historia, su padre tuvo que pedir un permiso especial para que le dejasen asistir a clases de física -reservado a los hombres- y realizar la secundaria para acceder a la universidad. Ingresó en la Escuela Politécnica de Zúrich, la única que aceptaba mujeres y allí conoció a Einstein. Los estudios de Mileva se vieron truncados al quedarse embarazada de un bebé que posiblemente falleció. Cuando Albert terminó los estudios y encontró trabajo se casaron. Trabajaban juntos todas las noches cuando él regresaba de la oficina de patentes y desarrollaron las teorías físicas que habían esbozado en la universidad. Era Mileva, la queen casa y cuidando de su hijo nacido en 1904, resolvía los problemas matemáticos que se les planteaban. En su correspondencia ambos hablan de “nuestro trabajo”, “nuestro artículo”, y en una carta de Mileva a una amiga “hemos terminado un trabajo que hará mundialmente famoso a mi marido”; en 1901, Einstein habla de “nuestra teoría del movimiento relativo”. Los testimonios, incluido su hijo, refieren que siempre se les veía trabajar juntos.
Lo cierto es que Mileva estudió con Phillip Lenard, pionero en el estudio del efecto fotoeléctrico y Nobel de la Física en 1905. Estos estudios, que no tuvo Einstein, son la base de los artículos por los que Einstein recibió el Premio Nobel (que no lo recibió por la teoría de la relatividad); estos artículos no van firmados por Mileva porque la firma de una mujer ‘podría devaluar los trabajos’. Es notable que en las condiciones del posterior divorcio, Einstein aceptó que si alguna vez recibía el Premio Nobel -como ocurrió tres años más tarde- el dinero fuese entregado a Mileva.
Más controvertida es su participación en la teoría de la relatividad, aunque algún físico defiende que la teoría comienza con la tesis que Mileva escribió y presentó en la Escuela Politécnica de Zúrich, aunque, curiosamente, los papeles se han perdido. El nacimiento del segundo hijo de ambos (1910), con problemas de salud y requerimiento de cuidados por parte de Mileva, distanció al matrimonio. Einstein mantuvo una relación paralela con su prima. Y hasta que se hizo efectivo el divorcio en 1919, Einstein quiso obligar a Mileva a aceptar unas condiciones degradantes para seguir ‘nominalmente casados’: “tendrás que encargarte de que mi ropa esté ordenada y de que me sirvan tres comidas al día en mi habitación” o “renunciarás a toda relación personal conmigo, excepto cuando lo requieran las apariencias sociales, y no esperarás ningún afecto por mi parte”. Mileva abandonó el hogar que ya no era con sus hijos. Mileva Marić murió en 1948 a los 72 años, sin haber recibido ningún tipo de reconocimiento por sus aportaciones a la ciencia.

Hedwig Eva Maria Kiesler (1914, Viena-Austria) actriz de cine y sex simbol de increíble belleza. Su carrera en el cine comenzó en Europa, protagonizando «Éxtasis» en 1933, donde aparece en una de las primeras representaciones de desnudez frontal y aborda el deseo sexual femenino, algo inusual en la década de 1930. Censurada en varios países, además de polémica convirtió a su protagonista en adelantada para su época, simulando el primer orgasmo femenino en la ficción.
En 1937, huyó de su primer marido de una forma bastante rocambolesca, pues la tenía prácticamente recluida, y se trasladó a Hollywood, donde adoptó el nombre artístico de Hedy Lamarr. Allí, se convirtió en una estrella de cine y creó una estética imitada por otras artistas, su película más conocida quizás fuese «Sansón y Dalila» (1949).
Aunque su faceta más conocida fue su carrera cinematográfica, Hedy Lamarr fue una inventora prolífica. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue coautora del desarrollo de un sistema de comunicación por radio para torpedos que utilizaba el espectro ensanchado y la tecnología de salto de frecuencia. Este invento fue la base para tecnologías modernas como el Wi-Fi, el Bluetooth y el GPS. Otros inventos han sido menos relevantes y conocidos.
Aunque su trabajo no fue reconocido en su tiempo, en 1997 recibió el Premio Pionero de la Electronic Frontier Foundation y en 2014 fue incluida en el Salón Nacional de la Fama de los Inventores. Falleció en 2000 en Florida.


Katherine Johnson (1918, Virginia-EE.UU.), en una sociedad con discriminación racial y de género, poco podía esperar una mujer negra que no fuera dedicarse a cuidar de su casa y de sus hijos. Pero Katherine, una niña que lo contaba todo, desde sus pasos hasta los platos que fregaba, quiso estudiar y para ello sus padres tuvieron que trasladarse a un lugar con Instituto para afroamericanos y después proseguir sus estudios. Casi la única opción para una afroamericana era la enseñanza, pero Katherine consiguió entrar en el grupo de afroamericanas que trabajaban de ‘calculadoras humanas’ para la NASA. Junto a Dorothy Vaughan y Mary Jackson entre otras,
realizaron las operaciones matemáticas necesarias que hicieron posibles los éxitos de la NASA en la carrera espacial.
Katherine Johnson calculó la trayectoria parabólica del vuelo espacial del primer estadounidense que viajó al espacio; y fue la encargada de verificar las cuentas de la computadora que llevarían al primer viaje orbital alrededor de la Tierra de un estadounidense. También calculó la trayectoria del Apolo 11 que llevaría el hombre a la Luna en 1969, ayudando con sus cálculos a sincronizar el módulo lunar con el módulo orbital. Además, ayudó, una vez abortada la misión del Apolo 13, a que la nave volviera a la Tierra.
Finalmente, en 1905 recibió la Medalla Presidencial de la Libertad de Estados Unidos, la mayor condecoración otorgada a un civil en su país.

Realmente, podríamos decir de estas mujeres -como de otras olvidadas-, que el pequeño paso de una mujer ha representado un gran paso para la humanidad y para la ciencia.

Ángel Medrano Sarrión, profesor de filosofía